Los estudios subalternos son aquellos que se dan en países donde las producciones científicas no han sido históricamente hegemónicas, y se llaman así como un replanteamiento de la subalternidad, al buscar deconstruir las bases de esta y producir ciencia en sus contextos particulares. Contextos marcados y que marcan la historia, por eso para el caso de una Antropología de Género en América Latina, se hace necesario reconocer los grandes aspectos que han marcado sus planteamientos, discusiones y apuestas:
Para el surgimiento de los estudios de género en América Latina es conveniente resaltar algunos aspectos que incidieron en él: “Es una época en la que América Latina experimenta una transformación de sus estructuras económicas y el capitalismo irrumpe en el sector exportador de las economías de cada país. Disminuye el peso de la sociedad agraria y el ethos de la “hacienda”, a la que Medina Echavarría da tanta importancia en su análisis de la estructura sociopolítica de América Latina, pierde su importancia central en la explicación del devenir histórico de la región”[1] Al tiempo, las economías de intercambio y aquellas que se daban hasta el momento frente a bienes artesanales, debieron en su lugar dar paso a la industria, con una producción cada vez más acelerada.
En medio de esto, las mujeres que se encontraban contenidas en las esferas de lo privado –amas de casa, madres, esposas, abuelas, sirvientas- se insertan en la industria como trabajadoras –con políticas laborales discriminatorias- y las dinámicas sociopolíticas tradicionales –partidos tradicionales, vida rural fuertemente influenciada por la iglesia, educación para las élites y en prácticas religiosas, entre otras-, empezaran a enfrentar cambios, relacionados con el paso de una población mayoritariamente rural a una que habita en las urbes, y que está ahora en función de la industria. “Las oligarquías liberales de finales del siglo XIX y principios del XX habrían hecho como que constituían Estados, pero sólo ordenaron algunas áreas de la sociedad para promover un desarrollo subordinado e inconsistente; hicieron como que formaban culturas nacionales, y apenas construyeron culturas de élites dejando fuera a enormes poblaciones indígenas y campesinas que evidencian su exclusión en mil revueltas y en la migración que “transtorna” las ciudades”[2].
Con esto, la entrada de las mujeres al trabajo, es uno de los primeros espacios de lo público a los que acceden las mujeres y esto permite que se compartan problemáticas que estaban guardadas en la invidualidad y que lo privado se convierta en político, uno de sus posteriores abanderamientos.
Tras el auge del movimiento feminista en América Latina entre los años sesenta y setenta, este se compone en su mayoría de mujeres académicas, y los movimientos sociales se llenan de activistas políticas/os, las y los cuales se encargan de ahondar en los temas que buscan reivindicar, investigando y escribiendo libros y artículos con el fin de legitimar desde las ciencias sus apuestas políticas. Esto se da gracias a que la historia del gremio académico latinoamericano había asumido ya la tarea de liderar los procesos políticos de sus naciones “Será mediante el saber cómo los oprimidos lograrán liberarse de las cadenas de la explotación”[3]. El proyecto universitario que tenía su herencia en la Reforma de Córdoba[4], había permitido el acceso a la educación superior por parte de las clases medias, lo cual dio elementos de relevancia para muchas de las reivindicaciones de los movimientos sociales, influidos por corrientes como el marxismo, y los sucesos políticos internacionales que influyeron ampliamente en las inclinaciones políticas de las universidades.
Los estudios de género parten, entonces, de las reivindicaciones que empieza a plantear el movimiento social feminista el cual, de acuerdo con Olga Sánchez devela los siguientes aspectos:
-el carácter sexuado del conocimiento,
-la parcialidad en todas sus afirmaciones
-la íntima relación entre saber y poder
-Ha puesto las grandes narrativas en el incomodo contexto de la política, retirándolas del confortable dominio de la epistemología.
-Cuestiona la supuesta neutralidad respecto a los sexos que muchos pensadores suelen utilizar para explicar sus teorías, las documentan y, finalmente analizan sus consecuencias.
-Así mismo, estudia exhaustivamente la tesis que sostiene que la tradición del pensamiento de occidente se basa en la concepción de lo político y de la práctica política que excluye a las mujeres, así como todo lo que representa la feminidad y los cuerpos de ellas.[5]
Para el caso de las ciencias sociales y humanas, los planteamientos de estos movimientos se convierten entonces en cuestionadores de sus bases teóricas generando una amplia movilización que promueve nuevas etapas teóricas[6]. En el caso de la antropología, los estudios de esta que antes habían estado concentrados en “lo exótico” vuelcan su atención sobre los movimientos sociales. El proceso de las luchas por la inclusión[7], el reconocimiento de los actores como sujetos políticos y sujetos de derecho en el Estado-Nación, es protagonizada en su momento de auge en la década de los sesenta y setenta, por los pueblos indígenas, quienes habían sido el objeto de estudio antropológico por excelencia. Estos buscaban -entre otras- reivindicaciones étnicas, reforma agraria, autonomía en sus resguardos, incidencia política en el Estado, y diferenciación positiva de su etnicidad que hasta el momento había sido un motivo de dominación[8]. Lo cual en unión con la el movimiento feminista logra dar un enfoque particular a los estudios de género en América Latina: la etnicidad de las mujeres.
Además de los aspectos mencionados arriba, las reivindicaciones políticas del movimiento feminista llaman la atención de la antropología en planteamientos como:
· La desnaturalización de los roles sociales y comportamientos del individuo en relación con el sexo biológico, es decir la diferenciación entre sexo y género.
· Las construcciones del deber ser de acuerdo a estas inscritas en el género
· La relación naturaleza-femenino, cultura/masculino que marcaba entre otros el acceso de las mujeres a la política, y la dicotomía público/privado como una forma de instituir una cosmovisión social que relegaba a las mujeres a la esfera de lo privado (la casa, la familia, el cuidado de los otros) y las mantenía alejadas de los espacios públicos (la participación política, el gobierno, los cargos de mando, la ciencia, entre otros).
Franca Basaglia (1983:35) lo dice así:
“Si la mujer es naturaleza, su historia es la historia de su cuerpo, pero de un cuerpo del cual ella no es dueña porque sólo existe como objeto para otros, en función de otros, y en torno al cual se centra la vida que es la historia de una expropiación ¿Y qué tipo de relación puede haber entre una expropiación y la naturaleza? ¿Se trata del cuerpo natural, o del cuerpo históricamente determinado? (…) y el que esta naturaleza sea natural es lo que todavía no está muy claro”[9]
Además, el discurso del desarrollo y determinación geopolítica de los países Latinoamericanos como subalternos genera un tinte característico en los estudios de género en América Latina, así como a las movilizaciones políticas de la misma: los estudios de la colonialidad, el auge del historicismo, y “Nociones como nación, nacionalismo, antiimperialismo, desarrollismo, colonialismo interno, nacionalismo revolucionario y socialismo ocupan un lugar destacado en el discurso político latinoamericano (…) es decir, esas nociones además de servir como representaciones del mundo sociopolítico, son también instrumentos de movilización social[10].
Para el momento del auge del comunismo y los movimientos sociales, Arturo Escobar menciona la invención del Tercer Mundo como una estrategia del “primer mundo” -representado por Estados Unidos- para cubrir bajo su manto de salvación a esas masas “pobres” que deben ser salvadas de la miseria, para lo cual la solución son las estrategias capitalistas que el primer mundo propone. En esta relación de subalternidad las mujeres en América Latina son definidas de la siguiente manera:
Esta mujer promedio del Tercer Mundo lleva una vida esencialmente frustrada basada en su género femenino (léase: sexualmente restringida) y en su carácter tercermundista (léase: ignorante, pobre, sin educación, tradicionalista, doméstica, apegada a la familia, victimizada, etc) Esto, sugiero, contrasta con la representación implícita de la mujer occidental como educada, moderna, en control de su cuerpo y su sexualidad y libre de tomar sus propias desiciones. (Mohanty 1991b:56)[11]
Las críticas a la doble subalternidad con que son asumidas las mujeres “tercermundistas” visibiliza nuevas reivindicaciones en las cuales se incluyen las particularidades de las mujeres en este contexto, particularidades que antes no se habían tomado en cuenta y que marcan la ruta de estas movilizaciones, los estudios de género y de las ciencias sociales en general- con el apellido del tercermundismo: la etnicidad de las mujeres, las reivindicaciones propias de las mujeres indígenas, afrodecendientes y rurales, la educación, el trabajo, los contextos de violencia, las mujeres en la guerra y sus cuerpos como botín de guerra, los estereotipos físicos y su relación con una visión colonialista y racista, entre otros.
El tema como es notorio, es bastante extenso y a pesar de que ha sido ya ampliamente estudiado, es también un campo relativamente nuevo en cual quedan multiplicidad de aspectos por profundizar, como es el tema de las masculinidades, los homosexualismos, las homofobias; o por develar. Es por este motivo, que he decidido hacer este blog como una herramienta de investigación y comunicación que intenta reunir lo producido al respecto para facilitar el acceso a la información de quien decida abanderarse del tema.
Diana Duque Muñoz
Estudiante de Antropología
Universidad de Antioquia-Colombia.
dianaduquem15@yahoo.es
[1] ZAPATA Francisco, Ideología Política en América Latina, El Colegio de México, México, 2001,
[2] GARCIA Canclini, Culturas Hibridas: estrategias para entrar y salir de la modernidad, Editorial Suramericana, Buenos Aires, 1992, pg 21
[3] Ibid
[4] Desigualdad e Inclusión en la Educación Superior un Estudio Comparado en Cinco Países de América Latina, Serie Ensayos & Investigaciones Número 9, Observatorio Latinoamericano de Políticas Educativas, Buenos Aires, 2005, Pag 6.
[5] SANCHEZ Gómez Olga Amparo, Las Rutas Inconclusas de los Feminismos y Resistencias, Contexto Sociopolítico de los Feminismos, Ruta Pacífica de las Mujeres, Colombia, Pag 14
[6] Leer a URIBE María Victoria, y RESTREPO Eduardo, Antropología de la Modernidad: identidades, etnicidades y movimientos sociales en Colombia, Instituto Colombiano de Antropología, Bogotá, 1997
[7] Para ampliar este enunciado de las luchas por la inclusión, véase a María Teresa Uribe de Hincapié, en el capítulo Los Polémicos Años Rojos, del libro Universidad de Antioquia Historia y Presencia, Editorial Universidad de Antioquia, 2008.
[8] Para ampliar el tema remítase a LAURENT, Virginia, Comunidades Indígenas, Espacios Políticos y Movilización Electoral en Colombia 1990-1998, ICANH- IFEA, Bogotá, 2005.
[9] Citado por Marcela Lagarde en Cautiverios de las Mujeres: Madresposas, Monjas, Putas, Presas y Locas, Universidad Nacional Autónoma de México, 2003
[10] ZAPATA Francisco, Ideología Política en América Latina, El Colegio de México, México, 2001
[11] Citada por Arturo Escobar, El Final del Salvaje Naturaleza y Cultura Política de la Antropología Contemporánea, ICANH, Bogotá, 1999, Pag 40.